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~ AVANCE   PROMOCIONAL ~

HALLOWEEN Party   © ~María Vega

CAPÍTULO 1

Próximamente a la venta...

28 de Octubre, 2015

Manhattan, Nueva York

 

Después de la inicial indecisión que aquella descabellada propuesta les suscitó, finalmente, y tras unos segundos de pesado silencio y miradas cómplices, que denotaban la certera aceptación de lo que sin duda era una… ¡locura!. Todas, a excepción de Martha, terminaron por dar como buena la opción que Erika les puso sobre la mesa. Aquella que las llevaría, según palabras de la misma Erika, a vivir una noche única e irrepetible. Un pensamiento que Martha; cosa ya habitual en ella, no compartía ni en lo más mínimo. A su juicio, esa idea además de ser completamente absurda, era del todo arriesgada y no menos imprudente. Y en más de un sentido.

Martha, pura lógica, a diferencia de su hermana gemela Erika, era mucho más juiciosa y reflexiva. Para ella el riesgo y la aventura era una elección que quedaba fuera de sus aspiraciones. La aventura en su vida quedaba resumida o relegada para los libros y las pelis que ocasionalmente leía o veía.

Por el contrario, Erika, era de esa clase de chicas sumamente extrovertidas y osadas. Una chica para la cual la adrenalina era sin lugar a dudas, su cucharadita de azúcar de cada día. Y donde su don para con el género masculino; un juego más del que disfrutaba, un atributo innato que le originaba más de una envidia a las que toreaba con el descaro del que estaba dotada su desparpajo, y el mismo movimiento balanceante y provocativo de sus faldas. No os negaré el hecho de que había también alguna que otra fémina, que motivada por el vaivén de sus caderas, se giraba al verla pasar. Hecho este, que no hacía otra cosa que elevar por las nubes su ya de por sí elevada autoestima. La misma que muchas veces sacaba de quicio a su propia hermana Martha.

En verdad, Erika era casi perfecta en todo. Una de esas chicas a las que odias nada más verla por estar dotada de un cuerpo perfecto, de una piel de melocotón ligeramente aderezada por un dorado bronceado, de unos labios carnosos y seductores, de unos ojos oscuros y almendrados que encerraban entre numerosas pestañas una mirada maliciosa y seductora, así como de una sedosa melena azabache y un sinfín de etcéteras.

¿Defectos? Pues…, a simple vista, ninguno diría yo. Bueno sí. El tener una hermana gemela que compartía con ella cada ápice de su ser externo. Pero con una ligera connotación a tener en cuenta: Martha no era ella. Cosa que Erika agradecía y que le molestaba a partes iguales.

¿Un vicio en Erika?... Según sus amistades, su carácter un tanto soberbio y su afán dictatorial que la llevaba a ser la abanderada de todos y de todo. Un defecto o un vicio que en cierto modo, era para muchos y muchas, una buena parte de su encanto. Un singular encanto del cual Martha carecía a pesar de que ambas eran dos gotas de agua.

Martha en resumidas cuentas, era la contraposición, al menos en personalidad y carácter, al de su explosiva hermana. Un hecho que suscitaba el que siempre estuvieran como el perro y el gato…

—Bueno, entonces, ¿en qué quedamos? ¿Lo hacemos, o no? Hoy es el día chicas. Sí. El último día para decidirnos a hacerlo o no —les detalló Erika con total decisión, que quedó patente en el tono de voz que empleó. Tras echar un ligero vistazo a sus amigas, tomó con ambas manos la taza de su humeante y aromático Caffè Latte Vainilla—. Quema, quema. Uuuffff... —apuntó a la vez que soplaba una y otra vez. Segundos después, se lo acercó a los labios y pudo paladear ese delicioso aroma. Dio un pequeño sorbo y volvió a examinar concienzudamente a cada de sus amigas. Incluida su hermana, quien permanecía con el ceño fruncido.

Erika las vio mirarse nerviosas unas a otras. Todas ellas, a excepción de su hermana; claro, sostenían esa expresión de excitación en sus rostros. La misma que las llevaba a sonreír de la forma nerviosa en la que lo hacían. Acertando a indicar con ello, un sí sin apenas pronunciar palabra alguna. Martha por el contrario, fue la única de entre sus amigas, que le mantuvo la mirada. Esperando una retirada a tiempo. Pero no. Erika era tozuda, mucho más que ella.

—¡Dios! —exclamó Martha, dando al traste con el silencio de complicidad que la propuesta de su hermana suscitó—.  ¿En serio? —sus ojos recorrieron una a una a sus amigas—. No me lo puedo creer. ¿Der veras estáis dispuesta a llevar a cabo esa locura? —de nuevo las chicas volvieron a mirarse. Erika en cambio, se limitó a dar un nuevo sorbo a su café, oteando, eso sí, a las chicas. Eludiendo a su hermana, quien clavó sus ojos en ella una vez más—. ¿Pero qué pasa, ninguna va a decir nada, eh?

—Dios Martha —suspiró molestada Erika—, llegas a ser tan… sumamente, aburrida.

—¿En serio? Pues déjame que te diga, que os diga, que esa idea, además de ser un completo disparate, es una total… ¡locura! —pronunció golpeando la mesa con su mano derecha, haciendo que los vasos y tazas que reposaban sobre ella se agitaran.

—Martha, Martha. Shssss... Por favor. Baja la voz —le reclamó Erika no sólo con el tono de voz que empleó, sino con una leve pero contundente mueca de su rostro. Aquella que Martha reconocía como así misma y que la llevó a reclinarse molesta en su asiento—. Shssss... Baja la voz, joder. ¿Qué es lo que pretendes, eh? ¿Qué se entere toda la cafetería de nuestro plan? ¡Joder Martha! Trata de controlarte, por favor —protestó molesta y un tanto cansada Erika de las paranoillas de su hermana, a la par que depositaba su aun humeante taza en la mesa—. Si no vas a aportar nada bueno al plan, yo preferiría que te callaras la boca. O mejor aún. Vete. Eso, vete.

Martha se limitó a fruncir el ceño y a resoplar, torciendo ligeramente su boca a la vez que se mordía la lengua. Se reclinó hacia atrás en su asiento y cruzó los brazos sobre su pecho, al igual que las piernas. Mientras volvía a exhalar un nuevo suspiro de queja que sacó de quicio no solo a su hermana.

—Venga chicas. Por favor… —apuntó Joyce tratando de poner algo de calma entre las hermanas. Quien a diferencia de Erika y de la misma Martha, resultaba ser un punto intermedio entre ambas.

Su sensatez muchas veces podía brillar por su ausencia, pero desde luego Joyce era una chica sensata. Eso sí, siempre y cuando dicha sensatez jugara a su favor y no estuviera manipulada por Erika.

Los marinos ojos de Joyce resaltaban como gemas sobre su rosada piel. Ella no era de las que pasaban horas bajo el sol cual lagarto Juancho, no. Ojos que contrastaban con una media melena ligeramente moldeada y coloreada de un refulgente pelirrojo. Joyce además era la chica de perfecta y eterna sonrisa. Prueba inequívoca de que sus padres eran dos buenos dentistas. Sin olvidar que era una vegana declarada y confesa. Condición que se ratificaba ya no sólo en sus constantes peticiones para que la Universidad de Columbia; donde cursaba bellas artes, apoyaran su petición de contemplar el veganismo como otra opción, sino en su delgado pero no por ello menos brioso cuerpo. 

—Espero que seáis conscientes de que esa idea, además de ser un completa locura; que lo es, resultaba ser un completo disparate además de una insensatez en toda regla —expuso Martha mientras buscaba nerviosa su pequeña pitillera de cuero y su mechero en el interior de su mochila. Esperó, o más bien aspiró, a que alguna de las chicas ratificara sus palabras. Al menos por parte de Jess (Jessica). Pero al no tenerla, volvió a estallar en una nueva queja de sensatez—: Vamos. ¿Jess?... Joder. No me digas que tú también estás de acuerdo con este... disparate.

Jess se limitó a bajar la mirada y a rascarse el entrecejo mientras carraspeaba un tanto incómoda, tratando de evadirse así de cualquier aclaración.

—Por favor. No, no me lo puedo creer.

—Comienzas a ser un verdadero coñazo, hermanita —puntualizó Erika arrebatándole el cigarro y el mechero.

—Puede que tengas razón, “hermanita”, y que yo sea un coñazo como dices. Pero déjame que te diga que lo que pretendéis hacer, es un disparate. Aparte, claro, de ser... ¡una completa estupidez! Una estupidez que os puede acarrear más de un problema—dijo Martha mirando con desagrado a su hermana. Pero Erika no reparó ni en las palabras de Martha ni en su mirada. Se concentró en encender aquel cigarro, y en dedicarle a su vez una amplia sonrisa a su hermana. Tan amplia como descarada y burlona.

De nuevo los ojos de Martha, buscaron la complicidad o al menos el apoyo de Jess. Pero Jess se limitó a elevar sus hombros a modo de: “a mí no me mires”.

—¡Joder! No me lo puedo creer.

Jess, la única rubia del grupo, trató de escabullirse como bien pudo, de la mirada inquisidora de su amiga, amparándose en permanecer oculta tras Joyce cuando se recostó en el sillón que ocupaba junto con Joyce y Melina .

Jess, una chica de mirada profunda y dorada como la miel, dotada de una personalidad nerviosa como su sonrisa, jugó con un mechón de su larga rubia. Mientras permanecía escondida tras la menuda Joyce.—Venga, Martha. No es para tanto —alegó Melina inclinándose para tomar su smoothie de limón y mandarina —¿Qué malo hay en ello, eh? Sólo es una travesura más. Solo eso.

Melina, quien siempre gozó del beneplácito de Erika, no dudó en apoyar a su amiga. Y no era de extrañar, dado que no podían ser más igual a Erika. No físicamente, claro, pero sí a nivel de condición de ser y de actitud frente a la vida. Y más tras superar a la edad de diez años un cáncer.

Ambas; Erika Y Melina, eran extrovertidas y osadas, al igual que descardas y de irrevocables ideas. Así como testarudas. Tal para cual. Pero Melina era puro nervio. Buena prueba de ello, la forma en que repiqueteaban sus dedos sobre la mesa.

A diferencia de Erika, Melina muchas veces, no tenían reparo alguno en mostrar sus sentimientos, fueran cuales fueran estos. Y a pesar de contar con una mirada un tanto aniñada, estaba dotada de una picardía y rebeldía declarada. Como los rizos que decoraban sus cabellos castaños, y sus ojos. Ojos tan verdes y frescos como su descaro desbordante.

Junto con Erika, Melina era la más resuelta del grupo de amigas.

—¿Una travesura, una travesura dices? ¿De verdad piensas que es sólo eso, una travesura? ¡Dios! Yo no lo calificaría precisamente como una: “travesura”. No. Es más que eso, para que te enteres —le expuso Martha mientras inclinaba su cuerpo hacia delante—. Por si no lo sabéis, dejadme que os diga que se trataría además de un allanamiento de morada en toda regla. Porque… ¿eso sí que sabéis que es, verdad?

—Marthaaaa… —protestó Erika alargando el nombre de su hermana en su boca.

—¿Sabéis que es un allanamiento de morada, no? Al menos tú sí Melina. No sé, quizás ya lo habrás estudiado en la facultad de derecho. ¿O me equivoco?

—Me abuuuurro —señaló Erika—. Comienzas a aburrirme, Martha — rebatió recostándose en su asiento. Cruzando sus brazos.

—Por si no lo sabéis, o por si lo habéis olvidado. El allanamiento de morada es un delito ¡muy grave! —volvió a rebatir Martha.

—Déjalo ya Martha, por favor. Cállate ya. Me estás dando dolor de cabeza. En serio —apuntó Erika.

—Pero, ¿en serio estáis pensando entrar en la propiedad de una persona sin su consentimiento, poniendo además en peligro no sólo vuestras vidas, sino poniendo también en peligro el trabajo, así como el prestigio de la empresa de seguridad que dirige mi padre? Tu padre, Erika. Te lo recuerdo.

—Me abuuuurres... —volvió a pronunciar Erika tomando de nuevo su café.

—¿Te aburro, en serio?

—¡Eh, Martha! —medió Melina, en defensa de su amiga—. Eso precisamente eso lo que más nos gustaba. ¡Desafiar las reglas! Como cuando éramos niñas —apuntilló bajo una socarrona sonrisa que Erika devolvió rápidamente—. A ver. Si lo pensamos bien, la opción de Erika es la mejor opción que tenemos hasta el momento —Jees hizo ademán para intervenir. Una intervención que Melina no dudó en frenar sin darle opción a decir ni “mu”—.  Jess, lamento tener que decirte esto. Pero el ir casa por casa acompañando a tu hermana para recolectar caramelos bajo el lema “truco o trato”. Lo siento, pero no es una opción que me haga precisamente saltar de alegría.

Erika no pudo evitar soltar una sonora carcajada que la misma Melina y Joyce secundaron. Martha simplemente torció la boca, y en cuanto a Jess. Ella prefirió pues eso, no decir ni “mu”. Así evitaría que Erika empleara su afilada lengua  elaborando un sinfín de bromas. Bromas que muchas veces llegaban a ser dolientes.

De nuevo un pesado silencio se estableció entre las chicas. Todas se miraron, manteniendo esa complicidad de la que disfrutaban desde pequeña. Martha en cambio, seguía sin dar crédito. Hasta que estalló de nuevo.

—Esto, esto es increíble... En serio. Es del todo increíble. Estáis todas locas. ¡Locas! —exclamó disgustada por la decisión que sus amigas habían tomado. Y con el mismo disgusto, se reclinó en su asiento arrugando el ceño, y dándole un gran calada al cigarrillo que acaba de encender—. Yo desde luego paso de esto. En serio, paso. Paso.

—Me alegro —citó Erika encogiéndose de hombros—. Mejor así. Porque no me cabe duda, de que terminarías siendo un completo… engorro.  Sí, hermanita. Terminarías por jorobarlo todo. Como haces siempre —terminó por decir, comprobando con gusto como el disgusto de su hermana aumentaba por momentos.

Martha la miró, regalándole una burla que remató sacándole la lengua y con un:

—Serás imbécil.

—En fin… Pues bien chicas. Viendo que mi querida hermana, reniega en acompañarnos —la miró de reojo y vio el total disgusto que invadía a Martha. Y como ésta, más desconcertada que molesta, arremetía con saña a su cigarrillo. Como le daba grandes y largas caladas—. Creo que ya es hora de dejarnos de boberías y ver quien está dispuesta de seguir adelante con mi plan.

Jess, Melina y Joyce se miraron entre sí.

—Yo sí —dijo Melina.

—Y yo —dijo Joyce.

—Sólo quedas tú, Jess. ¿Qué dices, eh? ¿Te animas o por el contrario prefieres, quedarte como mi hermana en tu casita? —replicó Erika provocando la disimulada risa de Melina.

—Sí, sí. Vale, vale. Yo también me apunto a esta locura —terminó por afirmar Jess. Mirando de reojo a Martha. La cual encendía el que era su segundo cigarrillo.

—¡Genial! —exclamó Erika completamente excitada. Al final, como siempre, se había salido con la suya—. Pues bien. Creo que ahora podéis lanzarme todas vuestras pregunta. Pues venga, preguntad —todas volvieron a mirarse.

—¿Cómo lo hacemos? Quiero decir, ¿cómo… entramos? —preguntó Melina.

Sin dar posibilidad a que Erika respondiera, Martha saltó.

—¡Increíble! Esto es increíble —dijo Martha.

—Martha, por favor —Melina la miró fijamente, provocando que Martha se sintiera incómoda. Un hecho que Erika disfrutó—. Y bien,  ¿cómo entraremos? ¿Qué tienes pensado?

Erika sonrió maliciosa.

—Eso es un asunto, pero ¿ya tienes claro donde pasaremos esa noche? Si no me equivoco, ese sitio es enorme —señaló Joyce—. Pero lo que más me inquieta, es saber que haremos.

Erika no pudo evitar dejar escapar una carcajada.

—Joder. Como me gusta ver vuestras caritas curiosas —tomó su taza sonriendo encantada. Tras un largo sorbo, decidió poner las cartas sobre la mesa, eso sí, tras dejar de lado su taza—: Pues bien. Tengo respuesta para todas y cada una de vuestras preguntas. Erika Summer, o sea sé, yo. Tiene todas vuestras respuestas. Jajajajaaaa.

—Increíble. Esto es increíble —protestó a media voz Martha.

—¡Joder Martha! ¡Cállate de una puñetera vez! Me estás poniendo enferma —dictó sumamente enfadada Erika golpeando la mesa. Todas; incluidas Martha, botaron en sus asientos—. Me pones de los nervios. ¡Cállate!

—Me callo.

—Gracias —le respondió con tono molesto Erika—. Pues bien. ¿Cómo entramos? Nada más sencillo —rió—. Como bien sabéis, mi padre es el propietario de la empresa de seguridad encargada de vigilar ese edificio. Una circunstancia que me ha brindado la posibilidad de…

—¡Erika, por Dios! ¡¿Estás loca?! —protestó enérgicamente Martha, sacudiendo su cabeza en señal de reprobación y golpeando nuevamente la mesa—. ¿Qué demonios piensas hacer, eh? Robarle las llaves —Martha vio como Erika elevaba su ceja mordazmente, desafiante—. No. No, no... Es que no me lo puedo creer. ¿Lo has hecho, verdad? —Erika no dijo nada, solo mantuvo su sonrisa—. Estás loca. Definitivamente estas... ¡LOCA! —tomó su bolso y se levantó—. ¡Ya está! Sí. Definitivamente yo me largo. No quiero saber nada de esto. ¡Nada! Yo me desentiendo completamente. Déjame salir Joyce.

—Me parece… ¡genial! En serio, gracias. ¡Aleluya! —se burló Erika de su hermana.

—Chicas, lo digo en serio. Si vais a continuar en este plan, yo creo que… que mejor me olvido de la idea. Puede que Martha tenga razón y nos metamos en un lío —señaló Jess levantándose al igual que lo hiciera Martha.

—Por favor Jess, ¡siéntate! —le exigió Erika en un tono de voz algo más alto del que hasta el momento estaba empleando. Por supuesto, obtuvo la respuesta que esperaba. Jess no dudó en volver a sentarse—. Déjala que se vaya. Además, yo no me he jugado el pescuezo para que ahora os echéis para atrás —apuntó Erika enojada—. Quiero enseñaros algo —tomó su bolso y comenzó a rebuscar en el —. Veréis. La cosa es bien sencilla. Como ya os he dicho, antes de que ésta me interrumpiera —dijo fijando la mira en su hermana, que no terminaba por irse—, mi padre es quien está a cargo de la vigilancia del edificio. Así que una servidora, ya se ha hecho con la llave “maestra”, y aquí… en mi mano, tengo una copia de la misma —tras decir eso, Erika exhibió la llave que sacó de su  bolso—. Y... ¡Alejóp! Aquí la tenéis. Estas son nuestra invitación personales para la mejor fiesta privada de Halloween de todo Manhattan —bajo el asombro de sus amigas y de su hermana, colocó aquella lustrosa llave sobre la mesa

Martha, al ver aquella llave sobre la mesa, literalmente se cayó en el asiento. Se quedó paralizada, muda y blanca como el jersey que vestía.

Todas, incluida la misma Martha, abrieron los ojos como platos.

—¡Joder Erika! ¡Wow! Eres la ostia. ¡La ostia, tía! —exclamó muy excitada Melina tomando aquella llave y agitándola delante de las caras de cada una de sus amigas. Incluso delante de la de Martha, que la apartó de un manotazo.

—Pero, pero vamos a ver… ¿Estáis locas o qué? —dijo Martha—. ¿Es que acaso no os dais cuenta de que es una locura? A parte de una gran estupidez que puede terminar en algo serio.

—De eso se trata Martha —añadió Melina—, de eso se trata. La noche de Halloween es para cometer locuras. Y por eso nos gusta tanto la idea de tu hermana. ¿Verdad chicas? —rió. Todas, menos Martha rieron.

—Estáis locas. En serio. Locas. Sin olvidar la cara que pondría tu padre, querida Erika, cuando se enterase de que le has mangado la llave y que pretendes…

—¡Joder Martha! ¿Pero tú no te ibas? ¿A qué esperas? —Erika no parecía estar dispuesta a seguir aguantando las continuas impertinencias de su hermana.

—Ok. Perfecto. Si eso es lo que queréis, me voy. Pero yo me desentiendo —diciendo esto, Martha se levantó de un brinco del sillón semicircular que compartía junto a la misma Erika y Jess, en la cafetería Kosher Cafe Nana, en el 606 en la calle 115th, próxima a la Universidad de Columbia. No sin antes tomar de la mesa su pitillera y el encendedor para guardarlos en su mochila. La cual cerró con extremo enfado—. Pero antes de marcharme. ¿Os puedo preguntar una cosita? —todas la miraron, inclusive su hermana—. No sé. Pero me preguntaba si… Si Erika por casualidad, os ha contado o… no sé. Os hecho mención de la terrible y oscura historia que envuelve a aquel lugar. ¿No? —las tres chicas se miraron con asombro. Después, sus miradas se clavaron en Erika—. Vaya, vaya.... Veo que no. Pues creo que sería muy acertado, por su parte, que os informara del lugar pensáis pasar esa noche. Porque yo, desde luego, querría saberlo.

—Vale, vale. Yo no sé vosotras, pero yo ahora  sí que me he perdido —indicó Joyce elevando una de sus finas cejas—. ¿Alguna de las dos me puede aclarar de que va todo esto?

—Obviamente chicas —dijo Erika—, esa historia es más apropiada contarla allí, ¿No creéis?

Todas se miraron, y rompieron en una escandalosa risa. Lo que sacó de quicio a Martha.

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